domingo, 20 de diciembre de 2009

CUENTO…. ¿O NO?

Siempre me produjeron una sensación extraña. Su apariencia estática con esa mirada supuestamente fija, perdida en una lejanía tan solo limitada por la profundidad de la zona que dominaban con su presencia. Pero yo sabía que me miraban. Aparentemente no se movían, pero yo sabía que efectuaban imperceptibles movimientos persiguiéndome, vigilándome.

Cuando lo comenté con mi amigo Carlos –única persona a la que tenía completa seguridad de que su discreción no le permitiría reírse de mí- me miró curioso y de un modo entre docto y displicente, articuló un somero:
-No te preocupes, es una simple fobia.
Sin embargo, yo tuve la impresión de que su intento de tranquilizarme era ¿cómo diría?
excesivamente simple. Me produjo la sensación de querer quitar importancia a algo que, de alguna forma le inquietaba. Sin hacer más comentarios sobre el asunto, apuré la taza de café y decidido a comprobar una vez más si había motivo justificado para mi desazón tomé la determinación de comprobar si aquello era “una simple fobia”.

Volví a pasar por el establecimiento en que había experimentado por primera vez aquella extraña sensación. Allí estaba, impávido observándome con sus ojos glaucos, una mirada gélida, falta totalmente de vida. Me acordé de un relato breve de Juan José Millás, en el que un maniquí sudaba, y del cual se había enamorado el protagonista. No pude por menos de reírme de mí mismo. Los maniquíes no son seres vivos.

Al llegar a casa consulté en diversos tomos enciclopédicos el significado de fobia. Nunca debí hacerlo. Las definiciones halladas, en lugar de aclarar mis dudas y calmarme, lo único que consiguieron fue aumentar mis incertidumbres y zozobras. En enciclopedias y diccionarios encontré:
-Temor mórbido y persistente en relación a un hecho, objeto o situación que objetivamente no puede provocar tal temor.
-Temor enfermizo e irracional a la vez que obsesionante y angustioso del que el sujeto no puede desembarazarse. Gran aversión.
¿Por qué me quedé en estas definiciones? Posiblemente porque eran las menos prolijas y que utilizaban un lenguaje comprensible para mí.
Pero reflexionando sobre ellas, llegue a la conclusión de que realmente no hacían justicia a mi turbación. La primera tenia sentido solamente en cuanto a que, objetivamente, el/los objetos que me provocaban el temor no deberían inducirme a ello. La segunda hacía hincapié –o por lo menos yo lo interpretaba así- en que el sujeto “no podía desembarazarse de un temor enfermizo” Pero terminaba con una “Gran aversión”. Y realmente aquellos objetos a mi no me producían una “Gran aversión”; en algunos casos simplemente una incomodidad, en otros una agradable sensación, cuando no una clara atracción.

Tal era el caso de Laura. Un maniquí (o debería decir una maniquí) que cuando descubrí en una de las plantas de ropa femenina de los Grandes Almacenes del Mediterráneo inmediatamente me recordó a una mujer, “aquella” mujer. La semejanza de los rasgos era asombrosa, el ovalo del rostro lo suficientemente armónico como para no abrumar con el frío dibujo de la perfección. Sus ojos almendrados con un iris caramelo, una nariz recta bien proporcionada, labios finamente carnosos. El dibujo de un rostro clásico, pero que sin embargo se había avanzado a su tiempo, como demostraba la rabiosa actualidad del mismo, evidenciado en el moderno rostro del maniquí. La anatomía de la dichosa muñeca también se presentaba como una copia de Laura. De “mí” Laura.
Por qué aquella que nunca había sido mía, siempre la consideré como “mí” Laura.
Por eso en el mismo momento de descubrirla en aquel establecimiento, decidí mantener el recuerdo prisionero en un nombre.

También rememoré que aquella mujer había sido el único motivo de enfrentamiento entre Carlos y yo. Nunca sabré con certeza el por que de llegar a aquella situación entroncada en la más trasnochada tradición “macho-ibérica” y en la que llegamos a buscarnos con un acero por arma y una furia irracional como puerto final en la travesía de una amistad.
El motivo, como cualquiera que nos conociera y conociera nuestra relación a “a trois” podría suponer, fue inicialmente la atracción que ambos llelgamos a sentir por la misma mujer. Pero esa atracción que en ningún caso debería haber supuesto separación en nuestra amistad, fue subiendo, subiendo en nuestros ánimos, estimulada por la indecisión de la que era el objetivo de nuestro deseo.
Para ella los dos éramos iguales, decía, y realmente parecía esforzarse en comportarse equitativamente con los dos, negándose a salir en solitario con ninguno de nosotros.
Y así fue hasta aquella fecha en que pareció decantarse por mí.
Y digo pareció, porque aunque fui yo el primero que consiguió una cita a solas, todo quedo en eso, en una cita. Porque antes de encontrarme con ella sorprendí a los que consideraba fieles amigos besándose apasionadamente en el portal del domicilio de Laura.
Podía haber pensado que no tenía ningún derecho a comportarme como lo hice en aquel momento. Podía haber pensado que nuestra cita no la obligaba a ningún tipo de fidelidad conmigo. Incluso podía haberme parado a considerar que tal vez lo que ella quería era precisamente dejar las cosas en claro y durante nuestro encuentro definir su posición y manifestarme su preferencia por Carlos.
Pero en cambio protagonicé una escena violenta. Tras propinar un fuerte puntapié a la puerta, me abalancé sobre la pareja y tras separarlos con un empellón propinado a Laura, agarré a Carlos por el cuello sin admitir sus protestas ni hacer caso de los sollozos de ella,
Y solamente la oportuna aparición de unos vecinos alarmados por mis gritos logró romper
el bochornoso espectáculo, no sin graves amenazas por mi parte hacia él
Hoy, ahora al recordarlo, me avergüenzo de aquel suceso, pero en aquel momento cegado por unos celos sin sentido ni fundamento desprecié a la mujer y amenacé al amigo.
Y como en el Tenorio “con lo que habéis osado-imposible la hais dejado-para vos y para mí”, porque lo único que conseguí fue que lo que fuera causa de mi insanía desapareciera de nuestras vidas. De la de los dos, por que ella, suponiéndose el motivo de nuestra discordia se eclipsó y con ella nuestras desavenencias como si nunca las hubiéramos tenido.

Y ahora la había recobrado, aunque fuera en celuloide, látex, caucho o cualquier otro elastómero que a la vista ofrecía la textura de la piel y la carne humanas. Reconfortado con el pensamiento de poder poseer siquiera visualmente a Laura, encaminé mis pasos a la planta de los Grandes Almacenes en la que sabía la encontraría.
Allí estaba, la vislumbre a lo lejos, pero observe con disgusto que muy cerca se encontraba una figura que me resultaba extrañamente familiar. Molesto por que hubieran testigos de lo que pretendía que fuera la ofrenda amorosa de mis miradas, me fui acercando lentamente mientras interiormente sentía un extraño calor que me enervaba. Tal como me aproximaba presté atención al cuerpo vecino a Laura. Me sentí aliviado, era otro maniquí, masculino. A primera vista me percaté de algo incongruente, estaba equipado como para comenzar el recorrido de un campo de golf, palos incluidos. ¿Qué pintaba aquel muñeco ataviado deportivamente en una sección de Prêt-à-porter femenino? Seguí acercándome, la familiaridad de la figura que experimenté en la primera visión se fue trocando en sorpresa.

Ya cerca de ambos, he fijado mayormente mi atención en la figura masculina y la sorpresa se ha convertido en asombro. ¡Es él…! Carlos. No hay duda, sus mejillas pulcramente rasuradas, su mentón con ese hoyuelo en la barbilla que las mujeres encuentran tan atractivo. El pelo moreno suavemente rizado con hebras que platean sus patillas, sus hombros anchos con la prolongación de unos brazos musculados rematados por unas manos recias pero bien cuidadas… Si, es Carlos.

He sonreído para mis adentros, si yo besara a esa Laura ¿cómo reaccionaria ese Carlos? He desechado el pensamiento por su puerilidad. La coincidencia -extraña, pero coincidencia- de que dos elementos de atrezzo comercial, tengan tanto parecido con las dos personas que habían tenido tanta importancia en mi vida no tengo que valorarla más que como eso, una casualidad.

No obstante algo me hace sentir un extraño comezón. Me he acercado a Laura, he tocado su mano y me ha parecido notar un movimiento a mis espaldas, me giro rápidamente temiendo verme sorprendido por alguno de los empleados de los almacenes. No hay nadie,
Desecho temores y sigo mi contacto físico con mí muñeca. Mis dedos suben por sus brazos rozándolos apenas, el tacto en las yemas de mis dedos produce en mí una sensación placentera. Llegó a sus hombros, me detengo y poso las palmas de mis manos en ellos, oprimo suavemente… Me parece sentir un leve estremecimiento en la inanimada moña.
Poseído por un extraño y malévolo impulso, abrazo y beso con pasión los labios que se me ofrecen entreabiertos y ante mi estupefacción los supuestos músculos del rostro de la maniquí se contraen dibujando una mueca de disgusto.
Prácticamente en ese instante, siento un fuerte golpe en la nuca. Experimento como una explosión mientras mil luces estrelladas brillan de un modo que soy incapaz de explicarme de dónde ni cómo se han producido. Tengo la sensación de estar dentro de un mal sueño y como en ellos voy cayendo lenta, muy lentamente hacía atrás, y observo como las luces del techo dan paradójicamente vueltas muy rápidas a mí alrededor.
Noto en la boca un sabor ferruginoso y me percato de que estoy yaciendo en el suelo boca arriba, mientras a la altura de mis hombros se va ensanchando una mancha de un líquido espeso de un brillante color carmesí. Estoy cansado, muy cansado; voy a cerrar los ojos y descansar, pero antes quiero dar una mirada a mis acompañantes. Supongo que continuarán inmóviles como corresponde a su condición.
Sorpresivamente observo que el rostro de “Laura” está distendido en una sonrisa sardónica. y el de Carlos, con un frunce que se diría de enojo, mientras en su boca se dibuja un rictus de crueldad y satisfacción al mismo tiempo.

Me invade un dulce y suave sopor que tiene la virtud de relajarme, comienzo a sentirme menos cansado. Inesperadamente mi mente comienza a trabajar vertiginosamente, y pasan ante mí en una rapidísima sucesión de recuerdos que tenía olvidados todas las escenas de los momentos vividos con LAURA y CARLOS.

Mientras un tenue velo de oscuridad se va espesando robándome la luz, reflexiono sobre las casualidades de la vida… ¿o no habrá tales y realmente serán causalidades…?

No hay comentarios:

Publicar un comentario