Fue como un aviso general, como un mensaje al móvil para los jóvenes o un toque de campanas a arrebato para los mayores. Algunos vecinos, todavía despiertos pese a la hora que era, abrieron las ventanas de par en par, incluso salieron a las terrazas; otros, más discretos tal vez por que iban en pijama, no se atrevieron a encender las luces y miraban desde detrás de los visillos. Nadie supo jamás porque se asomaron todos a la vez.
En un coche parado en doble fila una pareja joven se despedía cariñosamente, sin ninguna prisa.
De repente, las farolas hicieron un guiño y se apagaron y un viento frío, demasiado frío para este mes de junio, obligó a los vecinos a retirarse. La muchacha bajó del coche y haciendo un último gesto cariñoso a su pareja cruzó la calle y con paso rápido se dirigió a su portal.
Desde la esquina, el Ángel de la Muerte –“menos mal, creí que no se acababan de despedir nunca”- encendió las farolas de nuevo y salió corriendo para llegar a tiempo al segundo cruce
Paco Durán
domingo, 20 de diciembre de 2009
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