Érase una vez un jardinero que cuidaba con esmero las flores de su jardín. Con su dedicación había logrado en pocos meses convertirlo en la envidia de todo el entorno.
Aquel día regadera en mano se disponía a humedecer un poquito la tierra, que estaba muy seca. Cuando de pronto, le pareció oír sollozos. Sigilosamente, fue acercándose al lugar de donde procedía el sonido. Observó que había un grupo de florecillas, entre ellas, una joven margarita lloraba con tanta amargura, que con cada una de sus lágrimas se desprendía alguno de sus pétalos. A su lado una preciosa rosa roja la miraba con tristeza: ¿Por qué lloras? preguntó la rosa, a lo que la margarita respondió: castigada por el sol ha muerto una de mis compañeras. La rosa apiadándose de la tierna margarita, alargó extraordinariamente su tallo y acercándose amorosamente a la florecilla le susurro al oído: ¿Sabes pequeña mía que hago yo cuando; como te ha pasado a ti, en el transcurso de mi vida se marchita una de mis compañeras? Me esfuerzo para abrir mi capullo y lucir mi corola con todo su esplendor. Con esto consigo que nadie note su falta. De ningún modo podemos consentir que la pena nos invada hasta el punto de pasar por el jardín, sin haber contribuido a engalanarlo. Estoy segura de que así ellas lo hubieran querido.
La margarita meditaba sobre las palabras de la rosa a la vez que volvía su carita hacia el sol. Fue entonces cuando se fijó en los cipreses, que en una perfecta formación, como si de un batallón de infantería se tratase, componían un escudo impenetrable. La pequeña margarita volviendo a mirar a la rosa preguntó: y ellos… ¿no lloran nunca? ¡No! Le contestó la rosa: Ellos, son mucho más fuertes que nosotras, están aquí para defendernos de los temibles vientos del invierno y de desaprensivos que al vernos tan hermosas, estarían dispuestos a desprendernos de nuestro tallo con el solo objetivo de divertirse. ¿Ves?... ¡Somos muy afortunadas!
Han pasado los días y la margarita se ha convertido un una preciosa flor, abierta, turgente, a su lado una bellísima rosa roja. Se miran con complicidad y sonríen a los setos que erguidos y majestuosos, rodean el jardín.
ML
domingo, 20 de diciembre de 2009
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