Resulta que el año pasado, puesto que me tenía que jubilar pronto, empecé a mirar algo para ocupar el tiempo que siempre había tenido tan ocupado. Una de mis opciones fue la informática: sin pensar que no sabía nada de ordenador me matriculé en este tema.
Empezamos el curso y resulta que mis compañeros eran todos más jóvenes, pues la única persona jubilada era yo. Para empezar me compré un ordenador, y comencé el curso.
A mí aquello me venía muy grande; cuando yo encontraba la tecla con la que tenía que trabajar, el profesor ya iba por otra, y así un día y otro igual. Yo no terminaba nunca un trabajo, y cuando llegaba a casa no sabía por donde empezar, ni me acordaba de lo que habíamos dado en clase. Terminó el curso y no había aprendido nada. Llegó en verano y yo pensé: "ahora practicaré". Lo primero que hice fue romperme el brazo “y mi gozo en un pozo”.
En septiembre me vuelvo a matricular un poco deprimida, pues pensaba que sería como el curso anterior, pero cual no sería mi sorpresa cuando veo que el profesor explica y yo le sigo en todo lo que dice, y cuando algo no entiendo yo sé lo que tengo que preguntar. Entonces me dí cuenta que cuando yo creía que el año pasado que no aprendía nada, algo se quedaba dentro porque ahora me suena todo lo que dicen.
Estoy muy ilusionada pues, aunque no necesito estos nuevos descubrimientos, hacen que yo vea que aún puedo aprender muchas cosas y que todo no termina con la jubilación.
Quisiera decirles a mis profesores que sigan así, con mucha paciencia, pues con gente
como ellos podemos aprender personas como yo.
LG
martes, 2 de marzo de 2010
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