Hace algunos años, viajaba bastante por trabajo y, claro está, en ocasiones comía en restaurantes.
El administrador de la empresa era un buen comedor, o sea, que además disfrutaba comiendo y siempre quería que fuésemos a algún viaje juntos para compartir ambos una buena comida.
Al fin tuvimos la oportunidad en un viaje para coincidir, puesto que había que tratar un tema económico importante.
Fuimos a comer antes de realizar la importante visita y, por supuesto, nos las prometíamos felices.
Él, entre otras cosas, pidió un ternasco, carne que le encantaba, y le sacaron una pata que parecian dos; cuando la vió la atacó con tanta ansia, que colocó el hueso de la pata dentro de la manga de la chaqueta. Cuando levantó la mano con el tenedor, para comerse un bocado, imaginad la pata por el aire dibujando un círculo, cayendo finalmente encima de su cuerpo. En fin, que se puso perdido. Imaginad su corbata, camisa, chaleco, chaqueta... todo una mancha de aceite.
Cada vez que, a partir de entonces, comentábamos la posibilidad de comer juntos, salía la famosa comida y siempre me decía: "contigo no comeré más ternasco".
Miguel Torres
martes, 15 de febrero de 2011
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