“¿Si veo un pájaro volar, porque he de mirar la rosa que cae?”
Un gorrión, un jilguero… Es un pájaro común, un pájaro menudo, ni demasiado bonito, ni demasiado feo, que solo canta cuando es libre. Uno de esos pájaros incapaces de permanecer en la cautividad. Mueren si se les encierra. Pero libres, dueños y señores del espacio en el volar, trazan figuras que adornan con sus trinos, para que la primavera se entere de que existe. Uno diría que sin la presencia del pájaro, cantarín y juguetón no hay días luminosos, ni sonrisas en los niños, ni luz en la mirada de las personas que saben mirar. No hay primavera
¿Si oigo un pájaro cantar porque he de escuchar la flor que cae…?
El pájaro es la vida que se remonta por encima de las chimeneas, de la muerte y al que hay que seguir con la mirada para que el corazón se eleve y huya del fango. El pájaro es la risa que canta, la brisa que acaricia y el arroyo que desciende cantando entre riscos.
El pájaro es la meta del hombre con ilusión, el espejo en que mirarse para ascender, para vivir-vivir y puesto que ni sabemos volar ni podemos ascender, ni como él cantar, sepamos cuanto menos contemplar. Contemplarle y subidos a sus alas, frágiles de fuselaje, pero fuertes en la fuerza de los realmente libres, hacer que la flor viva por siempre y columpiarnos en su aroma, en su belleza en su hermosura a estrenar cada mañana, cuando el riego del rocío nos ofrezca un poco más. A partir de ella, sigamos el curso del pájaro que canta y se eleva para enseñarnos a elevarnos y a cantar.
La mirada arriba, hacia lo más alto, escuchando el trino , siguiendo el vuelo del pájaro que juega a volar y cantar, recogida ya la rosa que no ira al suelo, sino al pico del pájaro, para volar juntos pájaro, flor y yo misma.
Pilar
lunes, 7 de marzo de 2011
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