En el interior de nuestra provincia podemos observar una obra colosal, que durante años ejecutaron nuestros antepasados en las laderas de los montes, y que hoy por el abandono de la agricultura tradicional, se van degradando poco a poco. Se trata de los ribazos. Construcción en la que únicamente se ha empleado la piedra. Son junto con los refugios o casetas de pastor, el principal testimonio de la arquitectura rural tradicional conocida como “piedra seca”. Sus artífices fueron simples labradores, que como suele ocurrir en el ámbito rural adquirían una cierta especialización, y al igual que el resto, cuando el trabajo lo demandaba, lo hacían formando cuadrillas, pues la tarea de acarrear y colocar piedra y tierra era muy pesada. Algunos de estos ribazos tienen una altura considerable y el encajar piedra con piedra, más el posterior relleno y compactación de la tierra suponen un esfuerzo enorme que aquellas gentes hacían para plantar árboles o cultivar hortalizas y cereales, en una actividad agrícola de subsistencia. No podemos sino admirar la pulcritud con que se han realizado la mayoría de estas obras y la técnica que adquirieron con el paso de los años, para calcular las cotas, resultado de ello, son las líneas horizontales que ascienden abrazando la montaña, lo que indica una evolución de muchos años en la ejecución de este tipo de construcciones.
El G.R. 36 discurre por parajes muy agradables, otros simplemente maravillosos, dentro del Parque Natural de la Sierra de Espadán y el Alto Mijares. Un día de febrero, un grupo de amigos decidimos pasear por un tramo del mismo. Saliendo de Torralba del Pinar y pasando por delante de la ermita dedicada a Santa Bárbara, llegamos al alto del Campo, de 868 m. de altitud, y un poco más adelante, el sendero deja el camino asfaltado para adentrarse por un cómodo camino de tierra, perfectamente señalizado, que nos dirige hacia el Más de Bagán. Sin dejar nunca el G.R., al cabo de una media hora, teníamos a nuestra izquierda un ancho valle, con pinares y parcelas de almendros llenos de flor y olivos, y a nuestra derecha una imponente pared vertical de la montaña, hacia cuya cima íbamos ascendiendo suavemente, aunque encontramos algún trecho de fuerte pendiente. Cuando ya tenemos a la vista, aunque lejos la mole imponente de la masía, se pueden observar a nuestra derecha, unas grandes piedras, perfectamente alineadas, que parecen observarnos desde lo alto y hacia las que nos dirigimos. En esta parte del camino, este se convierte en una estrecha senda, aunque después vuelva a recuperar la amplitud de un “camí de carro”.
Es un lugar propicio para tomar un pequeño respiro, y estando en ello, me dio por imaginar que posiblemente alguien, hace muchos años, habría colocado esas enormes piedras. La cosa tiene su lógica, pues una alineación de esas características no suele darse por casualidad y colocarlos deslizándolas o haciéndolas rodar hacia abajo parece factible. Abandonando por un momento a los compañeros de caminata, me situé en la pequeña plataforma que la tierra contenida por las piedras a creado y mirando hacia la montaña vi una gran hendidura, desde la que nace una cornisa ascendente, muy pronunciada y bastante angosta, por la que cabe una persona y poco más.
Estas características hacen que el lugar fuese sumamente adecuado para que, hace unos miles de años, un pequeño grupo de humanos se hubiese cobijado en el lugar. La hendidura puede proporcionar abrigo si se cubre con palos y ramas, y desde allí tenían la escapatoria de la cornisa, que ante un peligro proporcionaba una fácil defensa si se tenía a mano un palo o piedra de tamaño adecuado, porque la pronunciada pendiente hace que con pocos pasos se alcance una altura que la hace inexpugnable para una fiera y la estrechez que el equilibrio del atacante sea precario.
Imaginar es libre además de placentero y la contemplación de espacios abiertos invita a ello, sobre todo a quien tiene imaginación de sobra. Puestos en el lugar en un luminoso día de invierno, podemos imaginar que en pleno neolítico, un grupo de unos veinte individuos compuesto por hombres, mujeres y niños llegase al lugar, buscando una solana que estuviese abrigada de los fríos vientos del norte y animados por las condicione que el terreno ofrecía, decidiesen quedarse por un tiempo. Alinearían las grandes piedras y crearían una terraza rellenándola con tierra. Si la bondad del lugar les hubiese decidido a prologar la estancia, habrían colocado piedras más pequeñas entre las piedras grandes, para impedir la pérdida de tierra y consolidar una plataforma elevada que ofrece una vista de todo el valle. El perfecto lugar de descanso para todos a un paso de cobijo seguro, abrigado del viento e ideal para tomar el sol. Esta plataforma estaría muy concurrida, y la colocación de piedras en la pared para formar un murete, podría haber sido el primer paso que con el devenir de siglos ha dado lugar a la depurada técnica de construcción de ribazos que se ha mostrado muy eficaz en la contención de terrenos en los montes de nuestro entorno.
Siguiendo el sendero, encontramos a unos cientos de metros el Más de Bagán, edificio de dos pisos que sorprende por su magnitud, Si las fuerzas acompañan, podemos seguir el G.R. 36 y podemos seguir imaginando. Caminar e imaginar. ¿Quién dijo que los hombres no podemos hacer dos cosas a la vez?.
Nada salvará a los ribazos, porque ya no son “útiles”, pero al menos debemos mirarlos con cariño, aunque solo sea por el inmenso esfuerzo de quien nos precedió y porque durante años les proporcionaron tierras de cultivo que hicieron su existencia más llevadera.
Angel Aguilella
jueves, 31 de marzo de 2011
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