JUEGOS DE MI ÉPOCA
Quiero en estos momentos apartar de mi mente todo lo
que veo y escucho a diario; guerras, política, hambre, enfermedades, falta de
trabajo, violencia, sea del tipo que sea;
olvidarme de la cantidad de codicia que existe en el mundo y que deriva en
actuaciones ilícitas por parte de personas que aparentemente merecen toda
nuestra confianza y que, lamentablemente, nos han defraudado.
Necesito pensar en algo fresco y, reflexionando sobre qué tema escoger para
desarrollar el trabajo del taller de escritura, se me ha ocurrido que sería
bonito recordar tiempos pasados cuando jugábamos en la calle, aprendíamos a ir
en bicicleta también en cualquier calle y, aunque muchas veces llegábamos a casa
con las rodillas peladas de tantas caídas que teníamos, tenía su encanto; bueno, siempre llegaba a casa alguno con un
chichón en la cabeza o algo peor si le
alcanzaba alguna piedra de las que a veces salían disparadas por batallitas.
Voy a hablar de juegos de 50 años atrás, aunque
seguramente algunos todavía se practiquen en la actualidad, pero hace 50 años
se jugaba en la calle, lugar ahora
privativo. Claro, jugábamos en la calle porque no teníamos
televisor, y en algunas casas ni siquiera radio, y desde luego ni ordenador, ni
teléfonos móviles. Como sea que se contaba con medios muy escasos, funcionaba
bastante la imaginación y por las tardes, después del colegio, cogíamos el
bocadillo de la merienda y ¡a jugar a la calle! Teníamos amigos del barrio en
el que vivíamos y formábamos grupos. Los fines de semana, (bueno, los domingos,
porque entonces no habíamos inventado aún "la semana inglesa”), íbamos al cine, en
sesión continua; esto quiere decir que se proyectaban dos películas y no
paraban: empezaba una, después el No-Do, (revista cinematográfica del momento) y
a continuación la segunda película y así sucesivamente. Los más mayores se dedicaban a pasear “arriba y abajo” por la calle Enmedio y
los más privilegiados podían ir a bailar a casa de algún amigo con el consabido
“picú”. Hemos evolucionado muchísimo, afortunadamente, pero
ni que decir tiene que aquellos tiempos tuvieron su hechizo.
En la época de la que hablo nos enseñaban que tanto en la escuela, como en los juegos y hasta en la
Iglesia, los hombres tenían que estar
separados de las mujeres, pero aún así participábamos juntos de algunos de
ellos, como por ejemplo:
La comba. A los chicos les gustaba este juego, pero no
conocí a ninguno que se le diera bien; cuando querían entrar en la comba daban
unos saltos horrorosos, de manera que al final siempre quedábamos las chicas.
Las chapas. En este
juego se dibujaba un circuito en el suelo y cada jugador debía desplazar su
chapa por este circuito tirando alternativamente.
Churro. Todos los que vais a leer esto seguro que os
acordáis de la famosa frase de: ¿Churro, mediamanga o mangotero, cuál es el
primero? Este juego era muy de chicos, pero yo recuerdo haber participado
alguna vez.
El patio de mi casa. La famosa canción de “estirar, estirar que el
demonio va a pasar”, “chocolate, molinillo, corre corre, que te pillo” y
“disimular que soy una cojita”. ¡Qué fresco!, y qué bonito.
¿Os acordáis del bote? Como jugábamos en la calle
podíamos escondernos en cualquier sitio. Únicamente necesitábamos un
bote vacío. ¡bote, bote! y a esconderse rápido para que no te pillara el que
llevaba el bote.
Las chicas teníamos juegos preferidos como las chinitas, que se trataba de buscar
unas piedrecitas, no recuerdo si eran cinco ó seis, lo más iguales y más finas posibles. Se
tiraban y luego, con una mano, se iban recogiendo, tirando una al aire mientras
con la misma mano se recogía la que estaba en el suelo y así hasta que no se te
caía ninguna y tenías la mano llena.
Podría enumerar un sinfín de juegos de esos
maravillosos años, pero los que más recuerdo son: tirar de la soga, el pañuelo, ¿dónde están las llaves?, el escondite,
el sambori, a la sillita de la reina, a rescatar, pies quietos, el boli, a la gallinita
ciega, el aro, pase misí, la carretilla, un dos tres pared ………………..
Como decía al principio, siempre es agradable
recordar tiempos pasados, aunque con nostalgia y a la vez con cariño. Ahora, al
igual que hicieron nuestros padres y abuelos contándonos sus historias, penosas
desgraciadamente porque atravesaron tiempos muy difíciles, nosotros podemos
explicar a nuestros nietos lo bien que lo pasábamos en nuestra adolescencia, porque, aunque no
disponíamos de todas las ventajas tecnológicas que tienen ellos ahora, también
fue muy bonito disfrutar de nuestra ciudad al máximo y hacer carreras de
patines y bicicletas por las calles de
Castellón.
RMR