Cuando voy por la calle veo como la juventud saborea su anhenalado cigarro, sin darse cuenta del mal que se está haciendo. O, tal vez, no quieran darse cuenta.
Las mujeres son la primeras en tomar la determinación de fumar en alguna reunión con sus amigas, comenzando desde los doce o catorce años de edad. Luego les siguen los chicos en un sesenta por ciento.
En ocasiones me pregunto si los padres colaboran un poco en este desliz de la adolecencia: si prestaran más atención a sus hijos e hijas no tendriamos tantos males.
El tema es que, cuando un chico o chica se acostumbra a convivir con el tabaco, le es dificíl dejarlo, porque ya le ha producido una adicción.
Muchos de ellos ven a sus semejantes, ya sean famiiliares o amigos, como personas importantes, y asocian el fumar a este hecho. Intentan hacerse mayores imitándo sus acciones, creyendo reunir las características que resaltan en ellos. Como resultado de la imitación, los niños hacen las mismas cosas que las personas mayores, y la presión que reciben por lograr o conseguir los resultados que sus familiares desean hacen que no reparen en muchos de sus actos. Así, los fumadores de esta edad lo hacen por sentir la soledad, estrés o ansiedad de probar algo nuevo en su etapa de la vida. Así lo expresan muchos adolescentes que se sienten solos en casa y se creen que fumando lograran estar mejor.
MFS
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