lunes, 11 de junio de 2012

RECUERDOS DE MI CALLE

    Mis recuerdos infantiles invaden mi mente en muchas ocasiones; veo nítidamente las
calles de mi pueblo, pero en especial la mía. No era ni ancha, ni larga. Tampoco tenía árboles ni casas grandes, pero era diferente de las otras
     La pequeña calle partía de la calle Mayor, donde estaba el Ayuntamiento y algunos comercios, y por donde pasaban las más importantes procesiones de mi pueblo.
     Empezando por la esquina, estaba el edificio de dos plantas del juzgado, donde en la parte baja, tres celdas interiores hacían de cárcel, palabra que a los niños nos impactaba. Sólo se ocupaban en ocasiones en las fiestas populares por algún borrachín, que no solía ser del pueblo. En la acera de enfrente, encontrábamos las puertas de las tres casas correlativas: por la noche, sus puertas permanecían cerradas a cal y canto, y sobre la pared de la esquina, pendía, para alumbrar, una triste bombilla con muy poca luz, protegida por un platillo de metal que durante las noches de viento, golpeaba rítmicamente chocando contra el brazo de hierro ligeramente retorcido con que se sujetaba en la pared. Cuando tenías que pasar por allí, te decías "no voy a correr ni mirar a la cárcel", pero el tintineo de aquella pobre luz parecía la señal para levantar los pies del suelo y, mirando hacia atrás, correr con todas tus fuerzas. Al mirar hacia atrás sentías que alguien te perseguía. Siempre pensaba que eran las almas del purgatorio. Cuando me entere que no existe tal sitio para purgar los pecados,  me lleve una gran desilusión. ¡Con lo que yo había corrido por su culpa!
    Durante el día la calle tomaba vida: las puertas se abrían de par en par y salían los vecinos, con sus carros y caballos, asnos o mulas, y el perro ladrando, atado detrás, tiraba con tal fuerza del carro que parecía querer ayudar a la pobre bestia. Las bicicletas para salir al trabajo también hacían su aparición. Todos tenían una dirección: el campo. Las puertas quedaban abiertas, pero protegidas por una gran cortina de malla, rematada con una franja de ganchillo con cenefas, un cesto con flores, mujeres en un  columpio,.. Recuerdo unas, las más sencillas, de tela clara sin remates; sólo si estaba de luto la familia se añadía una franja negra por la parte inferior.   
   La calle tenía poco recorrido. Puedo ver donde vivían cada uno de mis vecinos, en especial los mayores que nos habían visto nacer: la Sra. Dolores (la Sancha ), la Sra. Carmen (la Monsona), y Pepito (el Seguet), quien tocaba el acordeón y cantaba con voz muy ronca y que llegó a cantar en la misa de los difuntos. Lo mejor que hacía Pepito era beberse un sifón entero, de una vez, y el eructo se oía desde el Ayuntamiento.
    Enfrente de su casa vivía D. Julio, maestro nacional, siempre vestido impecable y elegante y con tirantes. Después la casa de D. Jaime era tan grande que tenía puertas en tres calles. Se decía que era una casa muy antigua. En su jardín interior referían que había un túnel del tiempo de los moros, que llegaba hasta el río Mijares y concretamente al "Clot del Soldat" donde solían tomar el baño los chicos mayores. Nunca se confirmó, pero a los niños aquella casa nos parecía fantástica.
      En los tiempos difíciles, cuando la economía de las familias era muy débil, los niños no entendíamos de dinero, pero sí que sentíamos la protección de la familia, que eran todos los vecinos de la calle, y todos los niños como yo, que menos a la hora de dormir, vivíamos todos juntos.
      La mejor experiencia de nuestras vidas es una infancia feliz


            
                      M. Carmen Chabrera    1 curso B

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